A media mañana llegó Tola después de un día y medio sin aparecer. Estaba loca de contenta, todo el rato queriendo estar conmigo. Era evidente que tenía ganas de comer, le puse fruta primero: peras (para que no la dejara despues una vez satisfecha), sus granitos variados y el pan de cereales y pistachos sin sal. Una vez satisfecha se subió al ciruelo y allí estaba sin quererse ir. La llamé, volvió a bajar para subir de nuevo.
Estuvo toda la mañana.
Al medio día estaba preparando la jaula por si quería volver y bajo a mi hombro, la acerqué a la puerta de la jaula y ella sola entro. Me alegré pues hacía mucho calor la resguardé hasta la tarde en un lugar fresquito.
Al salir tomó un baño con la manguera y estaba tranquila, pero al llegar el atardecer se puso un poco inquieta y le abrí la puerta, yéndose hacia su rama favorita.
Antes de acostarme, salí al jardín, Tola permanecía en el mismo lugar, me inquiete ya que estaba en una rama muy fácil para los gatos. Estuve llamándola pero no se movía, así que tuve una idea: cogí un cepillo le puse una tela (la que tengo cuando le doy de comer entre en mis piernas) y con una cuerda la sujeté para que no se moviera, le puse comida en la parte superior esperando que ella se subiera a comer, pero Tola no tenía hambre y no hizo ni caso. Así que subí el cepillo a la altura de sus patitas: puso una patita y después la otra y muy despacito baje el cepillo, hasta la altura adecuada para cogerla y... a la jaula.
Me asombro su confianza absoluta y falta de temor, todo fue sobre ruedas, fue preciosa la experiencia y yo me pude ir tranquila sabiendo que Tola dormiría a salvo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario